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La Virgen María
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La Virgen María
Mons. Tihamér Tóth
El tipo de la Virgen es de una grandeza tal, que excede a todas las ideas más altas de los hombres.
Hija, esposa, madre, virgen, todo a un tiempo y en una sola unidad, es el ideal realizado de una belleza sobrenatural que toscamente los artistas de la primera época de la Edad Media querían representar en la imagen de Santa Ana teniendo en su regazo a la Virgen, que tenía en el suyo al Niño Dios.
Turbada y humilde en la salutación angélica; transportada de gozo en el Magnificat; atravesada con todas las espadas del dolor en el Stabat Mater Dolorosa, bajo todas las formas y advocaciones ha rendido la admiración de los hombres, pues hasta el mahometismo, la religión de la impureza, ha proclamado en el Corán su virginidad y su Concepción Inmaculada, y ningún verdadero poeta ha pasado delante de su altar sin saludarla con una vibración de su lira y de su alma.
Hay una palabra que es la primera que se pronuncia: Madre. Sólo los que la han conocido y la han perdido después de vivir y crecer bajo el impulso de su amor, pueden comprender todo lo que ese nombre encierra.
El despertar de la niñez y las primeras oraciones puestas con los primeros besos en los labios; las horas doradas de la adolescencia que no volverán; las inquietudes, las ilusiones, las
esperanzas y también los desengaños que las marchitan; las congojas y las alegrías, todo se enlaza a la que nos comunicó la savia del cuerpo y del alma; y por eso, cuando la perdemos, nos acompaña como una sombra invisible, dejándonos un recuerdo fúnebre que los años no borran en la memoria y una espina siempre clavada en el corazón.
¡La orfandad! ¿Qué religión y filosofía han pensado en aliviarla y en suprimirla sustituyendo la madre muerta con una que no muere nunca?
Sólo una religión divina podía hacerlo, y la Iglesia nos la muestra en la Virgen, no como un símbolo, sino como una realidad, como la realidad que invocan en las horas de angustia nuestras madres, y de la que todos guardamos testimonio, porque es ella la que, en momentos supremos, cuando el corazón es arrastrado por las aguas negras del dolor, parece que se inclina hacia nosotros y nos alarga su manto para que, asidos a él, nos salvemos del naufragio.
Por eso el culto a la Virgen acompaña a la sociedad cristiana desde sus orígenes."
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