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NUESTRA SEÑORA te bendiga!
San Antonio Maria Claret
Edicíon de 1851 - 256 pags
Trecho del libro (pag 191-203)
EJEMPLOS DE VARIOS
ESTADOS
Hasta
ahora te he propuesto, amado cristiano, el camino que debes seguir y el modo de
poderte levantar, si por desgracia cayeres, que es el sacramento de la
Penitencia. Exige, sin embargo, este Sacramento mucha disposición para
acercarse a él debidamente, porque, de otra suerte, en lugar de levantarte te
hundirás más en la iniquidad, añadiendo a tus pecados el peso enorme del
sacrilegio; y si así, mal confesado, te acercases a la sagrada Mesa, ¡ay de
ti!, ¡qué otra nueva maldad cometerías! Te harías reo del Cuerpo y Sangre de
Jesucristo, y te tragarías, como dice San Pablo, la condenación. A fin, pues,
de apartarte de tan enorme delito, voy a referirte algunos ejemplos de varios
estados, copiados de San Alfonso Ligorio en su libro titulado Instrucción al pueblo.
1.º
Ejemplo de un hombre que hacía malas confesiones, y después, cuando quiso
confesarse debidamente, no pudo; porque bien lo expresa el mismo Dios cuando
dice: Me buscaréis y no me hallaréis y moriréis en vuestro pecado. Dice San
Ligorio que en los anales de los Padres Capuchinos se refiere de uno que era
tenido por persona de virtud, pero se confesaba mal. Habiendo enfermado de
gravedad, fue advertido para confesarse, e hizo llamar a cierto Padre, al cual
dijo desde luego: -Padre mío: Decid que me he confesado, mas yo no quiero
confesarme. -¿Y por qué?, replicó admirado el Padre. –Porque estoy condenado
-respondió el enfermo-, pues no habiéndome nunca confesado enteramente de mis
pecados, Dios, en castigó, me priva ahora de poderme confesar bien. Dicho esto
comenzó a dar terribles aullidos y a despedazarse la lengua, diciendo:
-¡Maldita lengua, que no quisiste confesar los pecados cuando podías! Y así,
haciéndose pedazos la lengua y aullando horriblemente, entregó el alma al
demonio, y su cadáver quedó negro como un carbón y se oyó un rumor espantoso,
acompañado de un hedor intolerable.
2.º
Ejemplo de una doncella, que murió también impenitente y desesperada. –Cuenta
el Padre Martín del Río que en la provincia del Perú había una joven india
llamada Catalina, la cual servía a una buena señora que la redujo a ser
bautizada y a frecuentar los Sacramentos. Confesábase a menudo, pero callaba
pecados. Llegado el trance de la muerte se confesó nueve veces, pero siempre
sacrílegamente, y acabadas las confesiones, decía a sus compañeras que callaba
pecados; éstas lo dijeron a la señora, la cual sabía ya por su misma criada
moribunda que estos pecados eran algunas impurezas. Avesí, pues, al confesor,
el cual volvió para exhortar a la enferma a que se confesase de todo; pero
Catalina se obstinó en no querer decir aquellas sus culpas al confesor, y llegó
a tal grado de desesperación, que dijo por último: -Padre, dejadme, no os
canséis más porque perderéis el tiempo y volviéndose de espaldas al confesor se
puso a cantar canciones profanas. Estando para expirar y exhortándola sus
compañeras a que tomase el Crucifijo, respondió: -¡Qué Crucifijo, ni Crucifijo!
No le conozco ni le quiero conocer. Y así murió. Desde aquella noche empezaron
a sentirse tales ruidos y fetidez, que la señora se vio obligada a mudar de
casa, y después se apareció Catalina, ya condenada, a una compañera suya,
diciendo que estaba en los infiernos por sus malas confesiones.
3.º
Ejemplo de un joven. –En este ejemplo se deja ver claramente aquel principio: o
confesión o condenación para el que ha pecado mortalmente, y que todas las
obras buenas y penitencias, sin preceder la confesión, de nada sirven para
salir del miserable estado de la culpa, a no ser que se tenga un deseo eficaz y
verdadero de confesarse, si entonces no se puede. La razón es evidente: el
pecado mortal tiene una malicia infinita; para curar esta llaga infinita es
absolutamente necesario un remedio infinito; este remedio infinito son los
méritos de Jesucristo aplicados por medio de los Sacramentos; resulta, pues,
que si pudiéndose recibir los Sacramentos no se reciben, o a lo menos no se
desean eficazmente recibir para cuando se pueda jamás se alcanza el remedio,
como desgraciadamente sucedió al infeliz Pelagio.
Cuéntase
en la crónica de San Benito de un cierto ermitaño llamado Pelagio, que, puesto
por sus padres a guardar ganados, todos le daban el nombre de santo, y así
vivió por muchos años. Muertos sus padres, vendió todos aquellos cortos haberes
que le habían dejado, y se puso a ermitaño. Una vez, por desgracia, consintió
en un pensamiento de impureza. Caído en el pecado viose abismado en una
melancolía profunda, porque el infeliz no quería confesarlo para no perder el
concepto de santidad. Durante esta obstinación pasó un peregrino que le dijo:
-Pelagio, confiésate, que Dios te perdonará y recobrarás la paz que perdiste, y
desapareció. Después de esto resolvió Pelagio hacer penitencia de su pecado,
pero sin confesarlo, lisonjeándose de que Dios quizá se lo perdonaría sin la
confesión. Entró en un monasterio, en donde fue al momento muy bien recibido
por su buena fama, y allí llevó una vida áspera mortificándose con ayunos y
penitencias. Vino finalmente la muerte, y confesóse por última vez; más así
como por rubor había dejado en vida de confesar su pecado, así lo dejó también
en la muerte. Recibió el Viático, murió y fue sepultado en el mismo concepto de
santo. En la noche siguiente, el sacristán encontró el cuerpo de Pelagio sobre
la sepultura; lo sepultó de nuevo; mas tanto en la segunda como en la tercera
noche, lo halló siempre insepulto, de manera que dio aviso al Abad, el cual,
unido con los otros monjes, dijo: “Pelagio, tú que fuiste obediente en vida,
obedece también después de la muerte; dime de parte de Dios: ¿Es quizá su divina
voluntad que tu cuerpo se coloque en lugar reservado?” Y el difunto, dando un
aullido espantoso, respondió: -¡Ay de mí, que estoy condenado por una culpa que
dejé de confesar; mira, Abad, mi cuerpo! Y al instante apareció su cuerpo como
un hierro encendido, que centelleaba horriblemente. Al punto echaron todos a
huir; pero Pelagio llamó al Abad para que le quitase de la boca la partícula
consagrada que aún tenía. Hecho esto, dijo Pelagio que le sacasen de la iglesia
y le arrojasen a un muladar, y así se ejecutó.
4.º
Ejemplo de la hija de un rey de Inglaterra: este caso es muy semejante al que
antecede. –Refiere el P. Francisco Rodríguez que en Inglaterra, cuando allí
dominaba la religión católica: el rey Auguberto tenía una hija de tan rara
hermosura que fue pedida por muchos príncipes. Preguntada por el padre si
quería casarse respondió que había hecho voto de perpetua castidad. Pedio su
padre la dispensa de Roma, pero ella permanecía firme en no aceptarla, diciendo
que no quería otro esposo que a Jesucristo; tan sólo pidió a su padre que la
dejase vivir retirada en una casa solitaria, y como el padre la amaba, trató de
no disgustarla, asegurándole una pensión cual a su rango convenía. Luego que
estuvo en su retiro, se puso a hacer una vida santa de ayunos, oraciones y
penitencias; frecuentaba los Sacramentos y asistía muy a menudo a un hospital
para servir a los enfermos. Llevando tal género de vida, y joven todavía, cayó
enferma y murió. Cierta señora que había sido su aya, haciendo oración una noche,
oyó un gran estrépito, y vio luego un alma en figura de mujer en medio de un
gran fuego y encadenada por muchos demonios, la cual le dijo: “Has de saber que
yo soy la desdichada hija de Auguberto.” “¡Cómo!”, respondió la aya, “¿tú
condenada después de una vida tan santa?” “Justamente soy condenada por mi
culpa”, has de saber que siendo niña gustaba que uno de mis pajes, a quien
tenía afición, me leyese algún libro. Una vez este paje, después de la lectura,
me tomó la mano y me la besó. Empezó a tentarme el demonio, hasta que
finalmente con él mismo ofendí a Dios. Fui a confesarme; empecé a decir mi
pecado, y mi indiscreto confesor me interrumpió: “¡Cómo! ¿Esto hace una reina?”
Entonces yo, por vergüenza, dije que había sido un sueño. Empecé después a hacer
penitencias y limosnas, a fin de que Dios me perdonase, pero sin confesarme.
Estando para morir dije al confesor que yo había sido una gran pecadora;
respondiome el confesor que debía desechar aquel pensamiento como una
tentación; después expiré, y ahora me veo condenada por toda una eternidad.” Y
diciendo esto desapareció con tal estruendo, que parecía que se hundía el
mundo, dejando en aquel aposento tal hediondez, que duró por muchos días.
Si
esta infeliz se hubiese acercado debidamente al Sacramento de la Penitencia,
cantaría al Señor cánticos de alabanza en el cielo; mas ahora, por su
despreciable y maldita vergüenza, sirve de tizón en el infierno… ¡Y cuántas
personas hay de todo estado, sexo y condición que experimentarán igual castigo
si no acuden contritas a este Sacramento!
5.º
Ejemplo de una casada, muy parecido al antecedente; también lo refiere San
Ligorio. –Cuenta el P. Serafín Razzi que en una ciudad de Italia había una
noble señora casada que era tenida por santa. A punto de morir, recibió todos
los Sacramentos, dejando muy buena fama de su virtud. Su hija rogaba de
continuo a Dios por el descanso de su alma. Cierto día, estando en oración, oyó
un gran ruido a la puerta; volvió la vista y vio la horrible figura de un cerdo
de fuego, que exhalaba un hedor insufrible, y tal fue su terror, que se hubiera
tirado por la ventana; mas la detuvo una voz que le dijo: “Hija, detente; yo
soy tu desventurada madre, a quien tenían por santa; mas por los pecados que
cometí con tu padre, y que por rubor nunca confesé, Dios me ha condenado al
infierno; no ruegues, pues, más a Dios por mí, porque me das mayor tormento.” Y
dicho esto, bramando, desapareció.
Tal
vez, amado cristiano, preguntaras: ¿Es posible que un alma condenada aparezca?
A esto te responderé que sí, y para sacarte de la duda quiero explicarte las
razones. Escúchame, pues, y vamos por partes: “¿Tú bien crees en las santas
Escrituras y en el Credo?” “Cierto que si” me contestarás, o de lo contrario te
diría que eres un hereje. Pues de la Escrituras y del Credo, consta que nuestra
alma es inmortal. La razón natural nos está clamando que es preciso que
sobreviva al cuerpo nuestra alma, para que el pecador pueda recibir de Dios el
castigo de sus pecados, que no recibió en este mundo; y el justo, el merecido
premio de sus virtudes; de otra suerte, Dios no sería justo. Y se presenta esto
tan claro, que aun el mismo Rousseau lo confesó diciendo: “Aunque no existiesen
otras pruebas de la inmortalidad de nuestra alma que el triunfo del mal y la
opresión de la virtud acá en la tierra, ésta sólo me quitaría cualquier duda
que tuviese de ella.” También sabes y crees, según el Credo, en la Remisión de
los pecados, es decir que por muchos pecados que haya cometido una persona, si
se confiesa bien de ellos, le quedan todos perdonados; pero si se muere sin
haberse confesado debidamente, basta un solo pecado mortal para quedar
condenado eternamente. Y así como la bien ordenada justicia de la tierra (que
es una participación de la justicia del cielo) tiene cárceles y suplicios para
encerrar y castigar a los malhechores, también la justicia del cielo tiene
cárceles y suplicios en el purgatorio e infierno para los que mueren en pecado
o no del todo purificados. Sentados estos principios, valgámonos de una
semejanza: ¿Has visto u oído referir que a veces el juez o el tribunal decreta
que uno de los presos sea expuesto a la vergüenza y que otro sea azotado por
los parajes más públicos? Y no todos los demás presos han de salir a la
vergüenza, ni cuando sale aquél lo ven todos los habitantes del mundo, ni aun
todos los de aquella ciudad por donde es paseado, sino algunos. Aplica ahora la
semejanza: Dios Nuestro Señor, Juez supremo y dueño absoluto de vivos y
muertos, en cualquier hora puede ordenar, y algunas veces ha ordenado, que
algunos de los encerrados en las mazmorras del infierno, para confusión suya y
escarmiento y utilidad nuestra, salgan de aquella cárcel y se aparezcan del
modo más conforme al fin por el cual les manda aparecer. Y cuando aparecen no
es menester que todo el mundo los vea; basta lo vean algunos y éstos participen
a los demás, para que, escarmentando todos en cabeza ajena, pongan un grande y
especial cuidado en no hacer malas confesiones, y para que por medio de una
confesión general, acompañada de un verdadero dolor y firme propósito, se
enmienden y hagan de nuevo todas las mal hechas, para no tener que experimentar
después la misma desgraciada suerte. Este es el fruto y utilidad que debes
sacar de este y otros ejemplos.
6.º
Ejemplo de una señora que por muchos años calló en la confesión un pecado
deshonesto. –Refiere San Ligorio, y más particularmente el P. Antonio Caroccio,
que pasaron por el país en que vivía esta señora dos religiosos, y ella, que
siempre esperaba confesor forastero, rogó a uno de ellos que la oyese en
confesión, y se confesó. Luego que hubieron partido los Padres, el compañero
dijo a aquel confesor haber visto que mientras aquella señora se confesaba,
salían muchas culebras de su boca, y que una serpiente enorme había dejado ver
fuera su cabeza; mas de nuevo se había vuelto dentro, y entonces vio entrar
tras de ella todas las culebras que habían salido. Sospechando el confesor lo
que aquello significaba, volvió al pueblo y a la casa de aquella señora, y le
dijeron que al momento de entrar en la sala había muerto de repente. Por tres
días consecutivos ayunaron y rogaron a Dios por ella, suplicando al Señor les
manifestase aquel caso. Al tercer día se les apareció la infeliz señora,
condenada y montada sobre un demonio en figura de un dragón horrible, con dos
serpientes enroscadas al cuello, que la ahogaban y le comían los pechos; una
víbora en la cabeza, dos sapos en los ojos, flechas encendidas en las orejas,
llamas de fuego en la boca, y dos perros rabiosos que le mordían y le comían las
manos, y dando un triste y espantoso gemido, dijo: “Yo soy la desventurada
señora que usted confesó hace tres días; a medida que iba confesando mis
pecados, iban saliendo como animales inmundos por mi boca, y aquella serpiente
que el compañero de usted vio asomar la cabeza y volverse dentro, era figura de
un pecado deshonesto que siempre había callado por vergüenza; quería confesarlo
con usted, pero tampoco me atreví: por esto volvió a entrar dentro y con él
todos los demás que habían salido. Cansado ya Dios de tanto esperarme, me quitó
de repente la vida y me precipitó al infierno, en donde estoy atormentada por
los demonios en figuras de horribles animales. La víbora me atormenta la cabeza
por mi soberbia y demasiado cuidado en componerme los cabellos; los sapos me
cierran los ojos, por las miradas lascivas; las flechas encendidas me lastiman
las orejas, por haber escuchado murmuraciones, palabras y canciones obscenas;
el fuego me abrasa la boca, por las murmuraciones y besos torpes; tengo las
serpientes enroscadas al cuello que me comen los pechos, por haberlos llevado
de un modo provocativo, por lo escotado de mis vestidos y por los abrazos
deshonestos; los perros me comen las manos, por mis malas obras y tocamientos
feos; pero lo que más me atormenta es el formidable dragón en que voy montada,
que me abrasa las entrañas, y es en castigo de mis pecados impuros. ¡Ah, que no
hay remedio ni misericordia para mí, sino tormentos y pena eterna! ¡Ay de las
mujeres! –añadió-, que se condenan muchas de ellas por cuatro géneros de
pecados: por pecados de impureza, por galas y adornos, por hechicerías y por
callar los pecados en la confesión; los hombres se condenan por toda clase de
pecados; pero las mujeres, principalmente por los cuatro.” Dicho esto, se abrió
la tierra y se hundió esta desdichada hasta el profundo del infierno, en donde
padece y padecerá por toda una eternidad.
Haz
reflexión, cristiano, y entiende cómo Dios Nuestro Señor mandó salir a esta
infeliz señora de la cárcel del infierno y que pasase por la vergüenza, para
que los mortales supiesen la muerte que les esperaba si pecan y no se confiesan
bien. Ojala sacases tú de la lectura de este ejemplo el fruto que otros han
sacado, haciendo una buena confesión y enmendándote del todo. Un autor dice que
este caso ha convertido más gente que doscientas cuaresmas. El misionero P.
Jaime Corella hizo voto de predicarlo en todas las misiones, por el grande
provecho que causaba a los fieles. Hasta un Prelado hizo una fundación para que
en ciertos tiempos del año se predicase o se leyese este caso en la iglesia.
Mas, ¡ay de ti si no te aprovechas de él! ¡Ay de ti si no confiesas todos tus
pecados! ¡Ay de ti si, mal preparado, vas a recibir la sagrada Eucaristía!
Mejor fuera que no hubieses nacido.
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